Señora Rajoy, Viri,
tras agradecer su gentileza por permitirme utilizar su figura como recurso para
llamar la atención de los medios, incremente usted un punto todavía su generosidad
para tomarse el tiempo de conocer una historia real que me ha sucedido en
persona esta misma mañana.
Me llamo Antonio
Piera, tengo sesenta y tres (63) años de vida y lucha, me acaban de
diagnosticar un tumor pulmonar en
grado 4 (un cáncer de los gordos -y que
cursa con dolor, por cierto-, por lo que me mantengo a parchazos de
opiáceos) y me aplican sesiones diarias
de radioterapia de lunes a viernes en una clínica privada radicada en
Algeciras. ¿Le he dicho que vivo e Rota? Sí, en Rota, a ciento treinta y tres kilómetros de Gibraltar, a ciento treinta y
tres kilómetros de Algeciras.
Todas las mañanas me recoge a las 07:30 en punto una
ambulancia, de la empresa Ambulancias
Barbate, que tiene concertada/ganada/concedida/comprada (lo ignoro) la exclusiva, o una de ellas, para el
transporte/traslado de los enfermos de la sanidad pública en la provincia de
Cádiz (subráyese que he escrito enfermos,
no mercancías) en sus vehículos especiales.
Todas las mañanas recorro, según trayectos que previamente
ignoro, las distintas carreteras de toda la provincia hasta recoger a otras
personas diferentes, enfermas como yo, y trasportarlas al mismo Centro para que
reciban allí el tratamiento que la medicina pública haya concertado con la
clínica privada que lo dispensa, que es, por cierto, la única que existe en
Cádiz aparte del hospital público de la capital que me corresponde.
Entiendo que los recursos sean limitados y que las
ambulancias resulten un bien escaso y que es imprescindible administrar con precaución,
por lo que no discuto ahora ni he discutido su uso como transporte colectivo,
pero no puedo aceptar criterios y soluciones como las que se me han aplicado manu
militari (por segunda vez y
después de una larga conversación con los responsables tácticos de Ambulancias
Barbate) esta misma mañana.
Después de mi tratamiento y ya de regreso, tras depositar en
su domicilio al último compañero que transportábamos, pasado largamente el
mediodía, la emisora de radio central avisa al conductor para que no tome camino hacia mi domicilio, sino
que se desvíe al Hospital de Puerto Real a recoger
más enfermos para llevarlos a Rota. Allí nos esperan dos enfermos con dos
acompañantes, lo que descarta a mis ojos cualquier interpretación de que su
traslado sea improvisado como sugería la respuesta de la persona con la que hablé por teléfono para protestar.
Son las 13 horas 20 minutos cuando salimos del Hospital
camino de Rota. José Carlos, el conductor, me deja en la puerta de mi casa a
las 13:58 horas, abatido, cansado, harto y profundamente indignado. Yo no formo
parte del mobiliario de la ambulancia, ni soy una mercancía de la que haya que
optimizar la movilidad. Soy una persona
muy enferma y dolorida que lleva en ese vehículo la friolera de seis horas, que
ha recorrido MÁS DE 320 KILÓMETROS en ese tiempo y que cada día recibe en su
cuerpo una sesión radioactiva.
Por esa razón, señora
Fernández, Viri, si viene este
verano por Sanlúcar, como las esposas de sus predecesores, haga por no ponerse
enferma, no tuviera que precisar de su traslado en ambulancia y le adjudiquen la
empresa de Barbate, que no distingue entre las personas enfermas y las cosas.
Aunque ello le pudiera impedir esta especie de
turismo político tan actual (de Rota a
Gibraltar / de Algeciras a la Base) a riesgo de encontrarse de cara con la
fragata HMS Westminster.